qUIENES SOMOS

aNTECEDENTES

El Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana nace un 15 de agosto de 1935 en la Ciudad de México, en esa época Distrito Federal.
Para entender su formación hay que entender el anhelo de organización de los Obreros Mexicanos desde los principios del sindicalismo, allá por los años de 1857 cuando en la Constitución de ese año no fue incluido ningún artículo que los protegiera de la explotación.
Desde esa época datan esfuerzos por lograr reconocimiento jurídico a sus asociaciones como fue la Sociedad de Socorro mutuo, que promovió en 1865 la primera huelga textil reconocida como tal en la Ciudad de México. Obvio es pensar en cómo terminó cuando sus promotores fueron encarcelados durante varios años.

La Sociedad política Fraternal, que luchaba por la igualdad del trabajo y el capital, la Sociedad de Meseros Unión y Concordia (1882), la Sociedad Esperanza (1874), fueron algunas de las organizaciones que impulsaron la creación de la Confederación de Trabajadores Mexicanos, apoyada por el Gran Círculo de Obreros (1872) hasta pasado el fin de siglo.

El avance fue muy poco según crónicas de la época. Fue en 1906 cuando el recién creado Partido Liberal Mexicano, organizado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, lanzó un manifiesto en el periódico Regeneración, en el que pedían jornada de ocho horas de trabajo, reglamentar el servicio doméstico y de trabajo a domicilio, vigilar los destajos, prohibir el empleo a menores de 14 años, obligar a los dueños de las minas fábricas y talleres a mantener las mejores condiciones de higiene y seguridad, obligar a los propietarios rurales a dar alojamiento higiénico a sus trabajadores, pagar indemnizaciones por accidentes de trabajo, extinguir las deudas de los jornaleros, impedir abusos con los medieros, pagar salarios con dinero en efectivo y suprimir las tiendas de raya, ocupar una mínima parte de los trabajadores extranjeros y pagar lo mismo que a los mexicanos, y finalmente, hacer obligatorio el descanso dominical.

Estas fueron las ideas que dieron origen a las huelgas de las minas de Cananea (1906) y de las fábricas textiles de Río Blanco, Orizaba, Veracruz (1907); a las que el Gobierno de Porfirio Díaz disolvió a sangre y fuego. Muchas personas, familias enteras encontraron la muerte en esos acontecimientos ocurridos en 1906 y, que antes de calmar las ansías de justicia de los trabajadores, las hicieron cada vez más grandes y con mayores demandas. Entre los grupos que más luchaban por integrar uniones para su defensa estaba el de los Petroleros que desde el primer gobierno de Benito Juárez trabajaban recogiendo petróleo de las chapopoteras (pozos petroleros que brotan espontáneamente) para patrones ingleses que lo destilaban muy rudimentariamente para extraer líquidos que usaban luminiscentes.

A la caída del Gobierno de Juárez y la instauración del Gobierno de Maximiliano, este concedió 80 concesiones (entre 1864 y 1866) para la explotación de las chapopoteras en base a las Ordenanzas Reales de la Minería que establecía: “asimismo concedo que se pueden descubrir, solicitar, registrar y denunciar en la forma refderida no solo las minas de oro y plata, sino también bitúmenos o jugos de la tierra”.

La lucha por organizarse no tuvo resultados deseables para los mexicanos. Al restablecerse la República a los norteamericanos Samuel Fairbun y George Dickson les fue concedido el permiso para construir una pequeña Refinería en Veracruz a la que bautizaron como El Águila en 1880.

Un año después la Standar Oil a través de su subsidiaria Waters Pierce Oil Co., puso sus plantas en México. El conocimiento de que México poseía un caudal enorme de petróleo, despertó la ambición de las compañías norteamericanas, inglesas, holandesas, etcétera, las cuales de inmediato solicitaron concesiones la Gobierno de Porfirio Díaz.

Para 1906 –época de las grandes huelgas obreras- más de 40 compañías entre grandes y pequeñas que se fusionaban entre sí, habían invadido ya el Norte y Centro de Veracruz y Tamaulipas con los pozos utilizaban a más de 40 mil trabajadores a los que controlaban con más de seis mil capataces extranjeros.

El maltrato a los Trabajadores Petroleros era constante, protegido además por leyes del trabajo que favorecían más a los inversionistas extranjeros que a los mexicanos. El Código Penal señalaba claramente una pena de prisión 4 a 6 años y una multa de mil pesos a quienes promovieran huelgas contra las empresas refinadoras.
De más de 1500 juicios entablados contra las empresas por incumplimiento de condiciones de trabajo, (excepcionalmente se firmaban contratos con grupos) los obreros ganaron solamente 3. Se repartía dinero entre jueces, testigos y demás, para que ningún trabajador pudiera recibir lo que realmente merecía. Sea cualquiera la causa, el hecho es que los Trabajadores Petroleros poco pudieron hacer hasta los años treinta cuando intentaron integrar su propio sindicato, con el apoyo del Sindicato Ferrocarrilero que le prestó sus instalaciones y los asesoró laboralmente.

Los campos petroleros de México eran mancillados por el desprecio de las Compañías Petroleras a la soberanía nacional, las corruptelas, la sangre y el sudor de miles de trabajadores que por unos cuantos pesos minaban su salud en las tierras infestadas de mosquitos, alimañas y crímenes. Lo importantes era herir la tierra y extraerle el petróleo y no cuidar a los hombres. Ahí proliferaba el vicio, las riñas, el robo y el homicidio.

Los campos eran protegidos por las guardias blancas, batallones de asesinos a sueldo que impedían el ingreso y así cayeron bajo las balas Serapio Venegas, Bernardo H. Simoneen y José Arenas. La muerte de los dirigentes no hizo flaquear a los sindicalistas quienes realizaron reuniones secretas para plasmar las bases de lo que pronto sería el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana.

Destacó la acción de Eduardo Soto Innes y Moíses de la Torre, dirigentes del Sindicato Único de Trabajadores de la Huasteca Petroleum Company. Se habían dado a la tarea de ser enlaces entre los pequeños sindicatos para convencerlos de la necesidad de unificarse en una gran concentración.

Así el 15 de agosto de 1935, en el domicilio social del Sindicato Ferrocarrilero, 35 pequeños sindicatos que existían en el país dieron origen, mediante Acta Constitutiva, al Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, siendo su primer Secretario Eduardo Soto Innes.